—No necesitas tus ojos para responder a mis preguntas, ¿verdad? —preguntó Caña ligeramente mientras entraba en la celda y se acercaba a Mason.
La pregunta de Caña dejó claro que no sentía lástima por él. Sacaría una respuesta de él incluso si tenía que dejarlo medio muerto al final de esto.
—¡MÁTAME! ¡MÁTAME! ¡SI TE ATREVES! ¡MÁTAME! —rugió Mason, un inmenso enojo brilló en sus ojos, pero también había un hilo de miedo cuando vio la punta roja de la barra de hierro.
¡Qué irónico! Incluso después de que Caña se cansara de decir esas mismas palabras, lo mantuvieron vivo en el pasado. Porque la muerte era muy fácil, mientras que estar vivo era la verdadera tortura.
Caña encendió la chimenea no solo para calentar esta celda, sino también para calentar esta barra. Cuando Mason pensó que Caña le estaba dando tiempo y parecía tan paciente para esperar su respuesta, en realidad él estaba esperando a que la barra de hierro estuviera lista para poder usarla.
