—No tienes que tener miedo de nada. Esta vez, me aseguraré de que no nos causen más problemas —dijo Robin suavemente a su esposa. Sabrina sonrió ampliamente, creyendo su promesa sin dudarlo.
—Gracias, mi rey.
Robin sonrió y observó su vestido. Sabía cuánto le encantaba, pero era hora de cambiarlo.
—Ahora vamos a cambiarte ese vestido.
—No. Los dos, y me refiero a los cuatro, deberían ir a casa —dijo Devin detrás de ellos, refiriéndose también a Daniel y Lizzy. Matilda estaba dormida y Devin no creía que se despertara pronto. Sería bueno que todos tuviesen un buen descanso.
Sabrina frunció el ceño imperceptiblemente, sin querer dejar el lado de su mejor amiga en este punto en el tiempo.
—No me voy. Me quedo con Matilda.
—Soy su marido y estoy aquí para ella —explicó Devin con calma—; Sabrina quiso contradecirlo cuando Devin añadió:
— Ni siquiera has disfrutado de tu boda y pospusiste tu luna de miel. Por favor, regresa mañana.
